lunes, 3 de diciembre de 2012

El Fulano Ese








“No digo nada, ante algunas cosas es mejor no decir nada”, dijo Ana Julia para concluir el cuento del cual esperaba… ¿Qué esperaba? Bueno, ni ella misma sabía qué era lo que esperaba, pero de que era algo ¡Era algo! - Deja el drama, niña, deja la pensadera y ayúdame a terminar el desayuno, le replicó la madre.

Y con ese ayayay Ana Julia fue amasando la harina de las arepas, como si estrujara al fulano ese en sus manos con rabia mientras decía entre dientes, para que la madre no la escuchara - Es que vas a ver, cuando te tenga frente a frente te voy a decir en la carota todo lo que pienso de ti ¿Cómo se te ocurre desaparecer así no más? ¿Te metiste en ácido? Después que me escribiste todos esos poemas hediondos a pachulí. Y bien malos eran esos poemas ¡Estúpido! – Pero bueno, Ana Julia! ¡Ya basta! Cuando la madre la llamaba por ambos nombres, estaba fregada, o se callaba o se aguantaba la retahíla discursiva que venía. - ¿Vas a seguir con la habladera y la rabia? Yo te dije que ese muchacho era raro, pero tú no haces caso, necia. No la pagues con las arepas, mira que después me trago esa amargura, y no, no, no que va ¿Venir yo a tragarme toda esa pendejera tuya? Para nada, porque cuando el fulano ese, venga y te mande otra cartica, empiezas con la suspiradera y hasta a cantarle a los pajaros, que por cierto, a ver si les limpias la jaula, le dijo Antonia mientras picaba la cebolla para el perico. – Ay mamá, deja  - ¿Ay mamá deja? Jum! Te voy a echá un cuentico. Y así pasaron la hora del desayuno, tomaron café, se comieron las arepas, el perico y cada una agarró su camino.

Era raro en verdad el fulano ese, pues ya por esos años, principios del siglo XXI, nadie mandaba cartas a manuscrito, y mucho menos perfumadas. Él, él era como de otra época. Eso sí: tenía a Ana Julia con la empalizada en el suelo, enamoraííííííta ¿Y quién no se iba a poner así con semejante monumento de hombre? Tan guapo, tan culto, tan caballero, tan inteligente y con una historia de vida de muchacho lindo, de esos resilientes que forjaron su carácter en medio de las adversidades de aquellos tiempos oscuros de la Cuarta República. Carajito pá bello ese Rafael.

El fulano ese estaba empezando a ejercer como médico en Caracas. Había estudiado medicina en Cuba, y quizás fue en La Habana donde sembró en su andar esa vena romántica de pluma incendiaria que prendía fuegos imposibles de apagar – Ana Julia, tienes las llaves de las rejas que me cuidan, por favor, célalas. Así fue como comenzó aquella mulata a tragar grueso y a respirar hondo cada vez que recibía en el buzón del apartamento las cartas de Rafael, con ese olor tan rico del chocolate y la canela que nunca supo cómo lo lograba ni de dónde lo sacaba – Es un secreto, chica, no seas curiosa, le decía. Un día hasta le provocó comerse el papel, pero le dio lástima malograr con su saliva la tinta de mil amores con la que Rafael le había expresado lo que ella consideró era todo y más. Esa mujer vivía de suspiro en suspiro, pese a que su mundo se movía en otra esfera. Soñaba con ser diseñadora de trapos para la amargada alta alcurnia caraqueña, grupúsculo que estaba lleno de odio y rabia por esos tiempos.

- Coño chama, te vas a enamorar del tierrúo ese ¿Vas a salir otra vez con él? ¿Es que ya te diste los besos? Le decía la curruña del taller que tenían ambas en La Castellana - ¿Por qué le tienes que decir tierrúo? Definitivamente te estás enfermando de odio como los demás – Ay Anita, discúlpame, es verdad. Bueno, feo no es, está bastante chévere, pero es que imagínate si te empatas con él y lo invitas a una de nuestras exhibiciones… Mi papá, que es quien paga este cuchitril, me va a matar – Carolina, tú papá es narcotraficante así que mejor cállate, chama, dijo Ana Julia y en seguida pegó tremendo grito porque mientras la amiga le desperdigaba todo ese veneno ella iba apretando un alfiler que terminó enterrado en su pulgar derecho, y santo remedio, no se habló más del tema.

Pasaron dos meses y dos semanas y no recibía ni un pin de Rafael, cosa que él hacía sólo en casos de “emergencia”, porque lo de él eran las cartas, y eran religiosas. Todos los días dejaba una tempranito en el buzón con el peculiar aroma que ponía a Ana embriagada de ganas. Pero Ana Julia ya había perdido como siete kilos, ni la harina para las arepas amasaba, pasaba todo el día durmiendo, a duras penas tomaba agua y sólo comía mandarinas, la única fruta que matizaba el dulce néctar del recuerdo de aquellas cartas, de aquellos besos – Que nostalgia, decía. Ni los pajaritos sueltos a los que le cantaba y que la madre le dejaba en su habitación en las mañanas antes de irse con las ventanas cerradas la animaban. Ni las noticias sobre las ventas de sus trapos que le traía todos los días su amiga Carolina con interesantes ceros en la cuenta la levantaban de la cama. Estaba triste, tan triste que las lágrimas ni le salían, tenía el alma seca, marchita y erosionada con mal de amores la pobre muchacha. 

- Aló – Aló, Ana Julia – ¿Rafael? Le volvió el alma al cuerpo, pero un alma endemoniada de ira. El tono de esa voz al pronunciar el nombre de ese fulano fue de ultratumba. – Sí, soy yo, estoy en Haití. – ¿Haití? ¿Por el terremonto? – Sí, por el terremoto. – ¡Desgraciado! Y después de la larga lista de insultos, lágrimas que por fin salieron, ella preguntó y él respondió todas las interrogantes que ella hizo. Al día siguiente Ana Julia preparó las arepas, salió al correo con cobro a destino, recogió su carta, su pasaje de avión y se fue a Haití.

Toda la ropa que iba a vestir a esa amargada alta alcurnia caraqueña, terminó vistiendo a mujeres y niñas haitianas, con quienes la mulata caraqueña creó un taller de uniformes escolares para los huérfanos del terremoto, mientras Rafael siguió impregnando de canela y chocolate las notitas que aún le deja a diario, en la cama, antes a de irse a Puerto Principe, al hospital.

martes, 23 de octubre de 2012

Exorcicemos nuestros propios demonios

Hace un tiempo, recuerdo haber asistido a un encuentro de formación política, en un determinado lugar,  con un específico grupo de periodistas, comunicadores y presentadores de televisión. Colegas y camaradas se suponía que éramos todas y todos. El objetivo de aquel encuentro era fortalecer el criterio político para no caer en los clichés, en las frases pre-elaboradas y así dejar a un lado el tan despreciable "periodismo panfletario", que  en vez de ayudar y sumar, resta credibilidad y empatía no solo con los NO convencidos, sino también con los MUY convencidos quienes divorciados de las armas melladas, muy poco respeto ya le tienen (o nos tienen) a algunos colegas.

El caso es que verdaderamente, me sorprendí con algunos testimonios, yo apenas tenía unos meses en esto de la televisión y no conocía a fondo  las dimensiones que tenía el "cara de vidrio" en la metamorfosis kafkiana de los humanos. Sin exagerar, y aunque suene contradictorio, escuche  versiones aburguesadas y "wannabe" de militancia. Admito que mi formación política ha sido prácticamente nula, y aunque he estudiado con esmero algunos autores, ni me comparo con quienes desde la infancia han sido criados con esa conciencia. Sin embargo, escuchar a estos colegas era vergonzoso, distaban mucho de los valores que deberíamos representar quienes tenemos la infinita responsabilidad de proyectar, entre otras cosas,  el mensaje de la revolución. En fin, no entraré en detalles para no herir aún más susceptibilidades.


La cosa es que con este tema de la crítica y la autocrítica,  he analizado algo que pudiera definirse en una metáfora: manada de buitres moribundos devorandose entre sí. Esos mismos que escuche aquella vez con semejantes expresiones e ideas - insisto- aburguesadas, los leo y los veo ahora en algunos espacios con tamaña voz de mando para agredir con intrigas -entre otras cosas- en nombre de algo tan sensato, hermoso y humano como es la revisión a la que llamó nuestro líder Hugo Chavez. Señalan a mansalva  a otros que bastante  han aportado a pesar de ser HUMANOS, y vaya que eso ya es mucho.


Señoras, señores, colegas, camaradas, compañeros, compañeras, vean como esos tres dedos que cierran para apuntar con el índice a los demás, apuntan a ustedes también. El sectarismo ese adolescente, típico de las películas sobre colegiales estadounidenses, que manifiestan a través de diferentes espacios da muestra de una profunda falta de formación (pero humana), eso por no mencionar otras cosas que hasta pena ajena dan. Se supone que estamos respondiendo a los intereses que salvarán al mundo, y no es juego, es incluso uno de los objetivos del  Plan de la Patria 2013-2019, y con esos EGOismos, difícilmente podremos (podrán) poner al menos UN granito de arena.


¿Cuál es mi propuesta? Pues debatamos, no sobre diferencias personales, o sobre quién hizo-hace qué con quien. Debatamos sobre nuestras coberturas, nuestras investigaciones, recordemos que SOMOS la voz de un pueblo, que podemos visibilizar a esos colectivos que tantos años de lucha tienen por sus causas y que se indignan con estos juegos del mal, frígidos y estériles. Otra propuesta les doy; Seamos intermediarios entre esa fiera llamada "burocracia" y los intereses de nuestros hermanos y hermanas. Respetemos este oficio y reivindiquemoslo. Sí lo logramos, nuestro compromiso en estos tiempos transcenderá en la historia.


Digo esto, porque ¡Bravo! ganamos la pasada contienda, pero eso nos hace aún más vulnerables y la pelea no puede ser entre nosotros porque nuestro verdadero enemigo es un OGRO que SI come niños y desaparece pueblos enteros: el IMPERIO. Compas, tomen esto en serio, porque de nada les servirá el patrocinio en sus programas radiales o las tarimas que les dan si aquí ocurre lo que por más de una década estamos evitando y resistiendo.


Desnudo estas ideas, acribillenme si quieren, pero ya que nos invitan a ser autocríticos, no puedo dejar de referirme a este mundo de divas, divos y otros demonios... Yo, con la mano en el corazón, les juró, he puesto mi alma en remojo.

sábado, 7 de julio de 2012

Así Conocí a Chávez

Era un 15 de diciembre del año 2011 cuando fui llamada para ser maestra de ceremonia en el Panteón Nacional en un acto donde se develaría el nuevo sarcófago de nuestro Libertador Simón Bolívar, ese mismo que fue realizado tal como lo soñó y describió Andrés Eloy Blanco “de oro de nuestra Guayana… Y de perlas de nuestro mar”. Recuerdo que cuando me llamaron le dije a la persona que me lo notificó “¿pero estás segura que soy yo? Yo soy María Alejandra Aguirre”, de verdad, no me lo creía.

Practicamos y practicamos, y volvimos a practicar. En menos de 24 horas repasé la historia de nuestra independencia, la vida y obra de gran parte de los personajes honrados y sembrados en ese recinto, incluso recuerdo haber reclamado la poca representación en el Panteón de las mujeres que también lucharon y dieron la vida por nuestra libertad.

Me maravillé cada segundo que mis ojos se topaban con los trabajos del maestro Tito Salas allí expuestos, como “Bolívar en el Chimborazo”, “La Santísima Trinidad”, “Unión, unión”, era como si cada una de esas pinceladas me lo dijeran todo. La magia me abrumó, y la noche antes del sábado 17 de diciembre, comencé a llorar embargada de una profunda pasión luego de revivir en mi mente esos episodios estudiados. No entendía como en un solo espacio podía caber tanta gloria.

Luego de un día entero de práctica, llegó el momento. Estaba muy nerviosa, había dormido apenas un par de horas, y eso porque el cansancio me venció. Ser la maestra de ceremonia de semejante acontecimiento de nuestra historia patria definitivamente cambiaría también mi historia personal. Quería ser responsable, junto con el equipo que me acompañó, de que todo saliera perfecto.

Recuerdo algunos rostros que ese día fueron determinantes para hacer el momento aún más honroso, como la mirada cómplice de quien sin pronunciarme una palabra me hizo saber que todo saldría bien, era la mirada del camarada Carlos Escarrá, él estuvo muy cerca de mi ese día, como un roble. Cómo olvidar aquella mirada de quien un mes más tarde se despidió de este mundo para irse también con los grandes. Benedetti igualmente se hizo presente en la dulce voz de Antonieta Peña, mientras que la memoria de Alí Primera de igual forma tuvo su lugar en uno de sus retoños, Sandino.

Todo el gabinete ministerial, el alto mando militar, el pueblo, mujeres y hombres ya estaban listos para la ceremonia cuando de pronto me invadió el valor, el orgullo y el honor. Se fueron los nervios y la hora llegó. “Damos inicio al centésimo octogésimo primer aniversario de la muerte de nuestro Libertador y Padre de la Patria, Simón Bolívar”, dije mientras hacía su entrada al Panteón, fulminante de vida y entusiasmo el mismísimo Comandante Presidente, Hugo Chávez.

Daba sucesión al acto tal y como estaba previsto, mientras mi corazón en vez de latir, aplaudía. En cadena nacional era transmitido en fecha patria el acto en el que se daba a conocer el nuevo féretro del Libertador mientras cientos de miles de venezolanos, venezolanas y bolivarianos recordaban la vida de este magnánimo ser que nos dio la libertad.

Comenzado el acto, leía aquellas palabras emitidas por Andres Eloy Blanco en las que abogaba por un féretro digno del Libertador. “Nosotros esperamos que la República algún día tome algunas medidas acerca de este asunto... Esa urna no debe ser de plomo; esa urna debe ser de cristal y de oro...”, y fue así como entre laureles, diamantes y perlas observamos donde comenzaban a retozar los restos de nuestro Padre Bolívar. El honor nos embargaba, aquellos ojos profundos de Chávez decían tanto o más que el discurso que más tarde ofreció.

Otra batalla más librada por El Libertador, me decía para mis adentros, ese hombre que después de sus 47 años de vida y sus 181 de siembra estremece nuestras almas y nos recuerda que sus luchas son también nuestras y tienen que seguir siendo libradas.

Cuando el presidente se acercó, con tamaña ternura, a detallar el nuevo féretro del Libertador, me hizo un gesto para que yo me acercara también, miré a los lados para estar segura de que su llamado era conmigo, y sí, lo era. Me le acerqué levitando, pues no recuerdo haber sentido mis piernas en medio de tanta emoción. Fue así como entre los laureles de gloria, las perlas de nuestro mar, los diamantes del Caroní y el vibrante espíritu del Padre Bolívar estreché por vez primera la mano del Comandante de la Revolución Bolivariana, Hugo Chávez.

La trascendencia que ese momento tuvo no podía guardarla sola para mi, por eso la comparto. Estuvimos, en un instante; Bolívar y su siembra de Libertad, Chávez con su inquebrantable voluntad por emancipar la conciencia de los pueblos y esta humilde periodista. Fue mucho para un solo espacio en tan eternos segundos.

Desde entonces, el compromiso de esta soldada se fortaleció y no claudica, el mensaje de Dios, la providencia y el destino es claro, como aquel juramento de Bolívar en el Monte Sacro: Juro delante de usted, juro por el Dios de mis padres, juro por ellos, juro por mi honor y juro por la patria que no daré descanso a mi brazo, ni reposo a mi alma hasta que no haya roto las cadenas que nos oprimen por voluntad del poder...

¡Bolívar, VIVE! Y por siempre VIVIRÁ.


Así conocí a Chávez.