Sale una brisa fuerte a ondear la bandera
tricolor, brillan y encandilan sus ocho estrellas, retumba el Gloria al Bravo Pueblo en millones de
voces en las paredes. Eres tú, Comandante, estás vivo.
Se levanta antes del amanecer el campesino a
trabajar su tierra, esa que siempre fue suya, pero que sólo tú pudiste
justamente otorgarle.
Los niños corren en el recreo con fuerza, están
más grandes y sanos. Fuiste tú, Comandante que garantizaste tuvieran todos los
días su plato de comida caliente en la mesa.
Las abuelas Carmen y Florinda, y miles mas, que se dedicaron a criar a sus
hijos tienen su pensión porque nos hiciste comprender que el trabajo de la
mujer en el hogar merece su recompensa y que la tercera edad en Venezuela ya no
puede ser un lamento, sino una victoria.
Los jóvenes aprendimos a leer la historia.
Nuestra conciencia ya no es analfabeta, analizamos cada letra, cada palabra
dicha, escrita y hasta la escondida, la que nos ocultaron y negaron. Eso,
porque también nos lo enseñaste.
En el páramo venezolano hay un andino que sabe que él y su familia no están
solos, porque en la cordillera que recorre todo el continente suramericano, hay
otros hogares que tienen las mismas características. Tú te empeñaste en que
nos reconociéramos entre hermanos y hermanas, e insististe en consolidar el sueño
de la unión de la Patria Grande y convertirnos en un sólido bloque.
Éramos venezolanos y venezolanas, algunos sin identidad, ahora somos patriotas, soldados y soldadas de una
revolución que es la esperanza del mundo. Un planeta que no se puede agotar
porque también nos exhortaste a que "no cambiemos el clima, cambiemos el
sistema". Somos guerreras y guerreros de la paz, pero con artillería
pesada en caso de que los enemigos de la vida se sigan empeñando en mancillar
tu legado.
Son muchas las realidades que pudiera dibujar en estas líneas, Comandante. Por
algo en aquella peregrinación del 6 de marzo vi a hombres llorarte, a mujeres
embarazadas abrazar sus barrigas mientras pasabas dormido, a los niños y niñas
con tu carita pintada en su piel esperanzados por volver a escucharte. Por algo,
Comandante, vi el resto de los días, mientras yacía ahí tu humanidad inmortal,
a cientos de miles, jurarte amor y lealtad eterna, como tú, Comandante Eterno,
que hasta el último aliento de tu vida sin tiempo nos dejaste.
No hay razones ni motivos para olvidarte, Comandante. No cabe duda que la
siembra de tus ideas por siempre vivirá y vibrará. No hay traiciones en este
capítulo de la historia que nos hiciste escribir para construir. No hay miedo del futuro porque hasta nos enseñaste qué educar a los hijos e hijas que aún no
nacen.
Hay infinitas razones para recordarte,
Comandante. Tenemos la certeza de que definitivamente venceremos. Ni aún
dormido serás víctima de los que siempre fueron en contra de tu reputación
y tu amor a la libertad, como lo hicieron con Bolívar. Eso no sucederá esta vez, Comandante.
Y a ustedes, que me leen, les advierto hoy lo
que hace 182 años dijo Juan Francisco Martin al mundo cuando olvidado y
traicionado murió el Padre de la Patria, Simón Bolívar:
“…el Libertador os ha
consagrado hasta los últimos instantes de su preciosa existencia, oíd su voz, y
respetemos con santo recogimiento sus postreros deseos, que deben ser una Ley
sagrada para nosotros, y desgraciados si llegamos a violarla, la ruina nacional
sería el más infalible resultado, y Colombia terminaría su existencia con la de
su ilustre fundador…
el Libertador al dejarnos para siempre
nos encarga que nos unamos, que trabajemos todos por el bien inestimable de la unión…
Correspondamos pues, a su encargo, marchemos unidos y juremos sobre su tumba de
ser fieles a los deseos que le inspiraron sus últimos votos por la felicidad de
la Patria, así honraremos su memoria y saldaríamos una inmensa deuda de gratitud.”
Una Guardiana Eterna,
María Alejandra Aguirre Pérez.