
Era un 15 de diciembre del año 2011 cuando fui llamada para
ser maestra de ceremonia en el Panteón Nacional en un acto donde se develaría
el nuevo sarcófago de nuestro Libertador Simón Bolívar, ese mismo que fue
realizado tal como lo soñó y describió Andrés Eloy Blanco “de oro de nuestra
Guayana… Y de perlas de nuestro mar”. Recuerdo que cuando me llamaron le dije a
la persona que me lo notificó “¿pero estás segura que soy yo? Yo soy María
Alejandra Aguirre”, de verdad, no me lo creía.
Practicamos y practicamos, y volvimos a practicar. En menos
de 24 horas repasé la historia de nuestra independencia, la vida y obra de gran
parte de los personajes honrados y sembrados en ese recinto, incluso recuerdo
haber reclamado la poca representación en el Panteón de las mujeres que también
lucharon y dieron la vida por nuestra libertad.
Me maravillé cada segundo que mis ojos se topaban con los
trabajos del maestro Tito Salas allí expuestos, como “Bolívar en el
Chimborazo”, “La Santísima Trinidad”, “Unión, unión”, era como si cada una de
esas pinceladas me lo dijeran todo. La magia me abrumó, y la noche antes del
sábado 17 de diciembre, comencé a llorar embargada de una profunda pasión luego
de revivir en mi mente esos episodios estudiados. No entendía como en un solo
espacio podía caber tanta gloria.
Luego de un día entero de práctica, llegó el momento. Estaba
muy nerviosa, había dormido apenas un par de horas, y eso porque el cansancio
me venció. Ser la maestra de ceremonia de semejante acontecimiento de nuestra
historia patria definitivamente cambiaría también mi historia personal. Quería
ser responsable, junto con el equipo que me acompañó, de que todo saliera
perfecto.
Recuerdo algunos rostros que ese día fueron determinantes
para hacer el momento aún más honroso, como la mirada cómplice de quien sin
pronunciarme una palabra me hizo saber que todo saldría bien, era la mirada del
camarada Carlos Escarrá, él estuvo muy cerca de mi ese día, como un roble. Cómo
olvidar aquella mirada de quien un mes más tarde se despidió de este mundo para
irse también con los grandes. Benedetti igualmente se hizo presente en la dulce
voz de Antonieta Peña, mientras que la memoria de Alí Primera de igual forma
tuvo su lugar en uno de sus retoños, Sandino.
Todo el gabinete
ministerial, el alto mando militar, el pueblo, mujeres y hombres ya estaban
listos para la ceremonia cuando de pronto me invadió el valor, el orgullo y el
honor. Se fueron los nervios y la hora llegó. “Damos inicio al centésimo
octogésimo primer aniversario de la muerte de nuestro Libertador y Padre de la
Patria, Simón Bolívar”, dije mientras hacía su entrada al Panteón, fulminante
de vida y entusiasmo el mismísimo Comandante Presidente, Hugo Chávez.
Daba sucesión al acto tal y como estaba previsto, mientras
mi corazón en vez de latir, aplaudía. En cadena nacional era transmitido en
fecha patria el acto en el que se daba a conocer el nuevo féretro del
Libertador mientras cientos de miles de venezolanos, venezolanas y bolivarianos
recordaban la vida de este magnánimo ser que nos dio la libertad.
Comenzado el acto, leía aquellas palabras emitidas por
Andres Eloy Blanco en las que abogaba por un féretro digno del Libertador.
“Nosotros esperamos que la República algún día tome algunas medidas acerca de
este asunto... Esa urna no debe ser de plomo; esa urna debe ser de cristal y de
oro...”, y fue así como entre laureles, diamantes y perlas observamos donde
comenzaban a retozar los restos de nuestro Padre Bolívar. El honor nos
embargaba, aquellos ojos profundos de Chávez decían tanto o más que el discurso
que más tarde ofreció.
Otra
batalla más librada por El Libertador, me decía para mis adentros, ese hombre
que después de sus 47 años de vida y sus 181 de siembra estremece nuestras
almas y nos recuerda que sus luchas son también nuestras y tienen que seguir
siendo libradas.
Cuando el
presidente se acercó, con tamaña ternura, a detallar el nuevo féretro del
Libertador, me hizo un gesto para que yo me acercara también, miré a los lados
para estar segura de que su llamado era conmigo, y sí, lo era. Me le acerqué
levitando, pues no recuerdo haber sentido mis piernas en medio de tanta
emoción. Fue así como entre los laureles de gloria, las perlas de
nuestro mar, los diamantes del Caroní y el vibrante espíritu del Padre Bolívar
estreché por vez primera la mano del Comandante de la Revolución Bolivariana,
Hugo Chávez.
La trascendencia que ese momento tuvo no podía guardarla
sola para mi, por eso la comparto. Estuvimos, en un instante; Bolívar y su
siembra de Libertad, Chávez con su inquebrantable voluntad por emancipar la
conciencia de los pueblos y esta humilde periodista. Fue mucho para un solo
espacio en tan eternos segundos.
Desde entonces, el compromiso de esta soldada se fortaleció
y no claudica, el mensaje de Dios, la providencia y el destino es claro, como
aquel juramento de Bolívar en el Monte Sacro: Juro delante de usted, juro por
el Dios de mis padres, juro por ellos, juro por mi honor y juro por la patria
que no daré descanso a mi brazo, ni reposo a mi alma hasta que no haya roto las
cadenas que nos oprimen por voluntad del poder...
¡Bolívar, VIVE! Y por siempre VIVIRÁ.
Así conocí a Chávez.