“No digo nada, ante algunas cosas es mejor no
decir nada”, dijo Ana Julia para concluir el cuento del cual esperaba… ¿Qué
esperaba? Bueno, ni ella misma sabía qué era lo que esperaba, pero de que era
algo ¡Era algo! - Deja el drama, niña, deja la pensadera y ayúdame a terminar
el desayuno, le replicó la madre.
Y con ese ayayay
Ana Julia fue amasando la harina de las arepas, como si estrujara al fulano ese en sus manos con rabia
mientras decía entre dientes, para que la madre no la escuchara - Es que vas a
ver, cuando te tenga frente a frente te voy a decir en la carota todo lo que
pienso de ti ¿Cómo se te ocurre desaparecer así no más? ¿Te metiste en ácido? Después
que me escribiste todos esos poemas hediondos a pachulí. Y bien malos eran esos
poemas ¡Estúpido! – Pero bueno, Ana Julia! ¡Ya basta! Cuando la madre la
llamaba por ambos nombres, estaba fregada, o se callaba o se aguantaba la
retahíla discursiva que venía. - ¿Vas a seguir con la habladera y la rabia? Yo
te dije que ese muchacho era raro, pero tú no haces caso, necia. No la pagues
con las arepas, mira que después me trago esa amargura, y no, no, no que va
¿Venir yo a tragarme toda esa pendejera tuya? Para nada, porque cuando el fulano ese, venga y te mande otra
cartica, empiezas con la suspiradera y hasta a cantarle a los pajaros, que por
cierto, a ver si les limpias la jaula, le dijo Antonia mientras picaba la
cebolla para el perico. – Ay mamá, deja
- ¿Ay mamá deja? Jum! Te voy a echá un cuentico. Y así pasaron la hora
del desayuno, tomaron café, se comieron las arepas, el perico y cada una agarró
su camino.
Era raro en verdad el fulano ese, pues ya por esos años, principios del siglo XXI, nadie
mandaba cartas a manuscrito, y mucho menos perfumadas. Él, él era como de otra
época. Eso sí: tenía a Ana Julia con la empalizada en el suelo, enamoraííííííta
¿Y quién no se iba a poner así con semejante monumento de hombre? Tan guapo,
tan culto, tan caballero, tan inteligente y con una historia de vida de
muchacho lindo, de esos resilientes que forjaron su carácter en medio de las
adversidades de aquellos tiempos oscuros de la Cuarta República. Carajito pá
bello ese Rafael.
El fulano
ese estaba empezando a ejercer como médico en Caracas. Había estudiado
medicina en Cuba, y quizás fue en La Habana donde sembró en su andar esa vena
romántica de pluma incendiaria que prendía fuegos imposibles de apagar – Ana
Julia, tienes las llaves de las rejas que me cuidan, por favor, célalas. Así
fue como comenzó aquella mulata a tragar grueso y a respirar hondo cada vez que
recibía en el buzón del apartamento las cartas de Rafael, con ese olor tan rico
del chocolate y la canela que nunca supo cómo lo lograba ni de dónde lo sacaba
– Es un secreto, chica, no seas curiosa, le decía. Un día hasta le provocó comerse
el papel, pero le dio lástima malograr con su saliva la tinta de mil amores con
la que Rafael le había expresado lo que ella consideró era todo y más. Esa
mujer vivía de suspiro en suspiro, pese a que su mundo se movía en otra esfera.
Soñaba con ser diseñadora de trapos para la amargada alta alcurnia caraqueña, grupúsculo
que estaba lleno de odio y rabia por esos tiempos.
- Coño chama, te vas a enamorar del tierrúo ese
¿Vas a salir otra vez con él? ¿Es que ya te diste los besos? Le decía la curruña
del taller que tenían ambas en La Castellana - ¿Por qué le tienes que decir
tierrúo? Definitivamente te estás enfermando de odio como los demás – Ay Anita,
discúlpame, es verdad. Bueno, feo no es, está bastante chévere, pero es que
imagínate si te empatas con él y lo invitas a una de nuestras exhibiciones… Mi
papá, que es quien paga este cuchitril, me va a matar – Carolina, tú papá es
narcotraficante así que mejor cállate, chama, dijo Ana Julia y en seguida pegó
tremendo grito porque mientras la amiga le desperdigaba todo ese veneno ella
iba apretando un alfiler que terminó enterrado en su pulgar derecho, y santo
remedio, no se habló más del tema.
Pasaron dos meses y dos semanas y no recibía ni
un pin de Rafael, cosa que él hacía sólo en casos de “emergencia”, porque lo de
él eran las cartas, y eran religiosas. Todos los días dejaba una tempranito en
el buzón con el peculiar aroma que ponía a Ana embriagada de ganas. Pero Ana
Julia ya había perdido como siete kilos, ni la harina para las arepas amasaba,
pasaba todo el día durmiendo, a duras penas tomaba agua y sólo comía mandarinas,
la única fruta que matizaba el dulce néctar del recuerdo de aquellas cartas, de
aquellos besos – Que nostalgia, decía. Ni los pajaritos sueltos a los que le
cantaba y que la madre le dejaba en su habitación en las mañanas antes de irse
con las ventanas cerradas la animaban. Ni las noticias sobre las ventas de sus
trapos que le traía todos los días su amiga Carolina con interesantes ceros en
la cuenta la levantaban de la cama. Estaba triste, tan triste que las lágrimas
ni le salían, tenía el alma seca, marchita y erosionada con mal de amores la
pobre muchacha.
- Aló – Aló, Ana Julia – ¿Rafael? Le volvió el
alma al cuerpo, pero un alma endemoniada de ira. El tono de esa voz al pronunciar
el nombre de ese fulano fue de
ultratumba. – Sí, soy yo, estoy en Haití. – ¿Haití? ¿Por el terremonto? – Sí,
por el terremoto. – ¡Desgraciado! Y después de la larga lista de insultos,
lágrimas que por fin salieron, ella preguntó y él respondió todas las interrogantes
que ella hizo. Al día siguiente Ana Julia preparó las arepas, salió al correo
con cobro a destino, recogió su carta, su pasaje de avión y se fue a Haití.
Toda la ropa que iba a vestir a esa amargada alta
alcurnia caraqueña, terminó vistiendo a mujeres y niñas haitianas, con quienes
la mulata caraqueña creó un taller de uniformes escolares para los huérfanos
del terremoto, mientras Rafael siguió impregnando de canela y chocolate las
notitas que aún le deja a diario, en la cama, antes a de irse a Puerto
Principe, al hospital.
Excelentetu cuento maria! me encanto Talento de sobra! en esa guerrera dela luz! te felicito mujer de mi patria que estara en buenas manos como las tuyas! bravo!!
ResponderEliminarGracias :)
ResponderEliminarWao...estoy realmente sorprendido..no sé que decirte. Desde aquí a las 11:30pm y 2grados, te llegue este abrazo del otro lado del charco. César Javier.
ResponderEliminarExcelente cuento: Humano, realista, al corriente.
ResponderEliminar@alprode
¡Que bonito escribes! Con intensidad. Me recordaste las enseñanzas en las clases de narrativa que nos daba la profe Miriam Colmenares en la UCV. La intensidad, la intensidad.
ResponderEliminarTu historia con Chávez... Me encanta!!!
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